... El marqués decidió que no habría una cruz por pesada que fuera que no estuviera
resuelto a cargar.
De modo que la niña moriría en su casa. El médico lo premió con una mirada que
más parecía de lástima que de respeto.
«No podía esperarse menos grandeza de su parte, señor», le dijo. «y no dudo de que
su alma tendrá el temple para soportarlo».
Insistió una vez más en que el pronóstico no era alarmante. La herida estaba lejos del
área de mayor riesgo y nadie recordaba que hubiera sangrado. Lo más probable era
que Sierva María no contrajera la rabia.
«¿y mientras tanto?», preguntó el marqués.
«Mientras tanto», dijo Abrenuncio, «tóquenle música, llenen la casa de flores, hagan
cantar los pájaros, llévenla a ver los atardeceres en el mar, denle todo lo que pueda
hacerla feliz». Se despidió con un voleo del sombrero en el aire y la sentencia latina
de rigor. Pero esta vez la tradujo en honor del marqués: «No hay medicina que cure
lo que no cura la felicidad».
(Pasaje del Capitulo 1, pagina 19)
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